Para no decir.
Tu idílica estampa del jardín con flores. Tu magnífica descripción del atardecer de junio con ocres y platas bajo el campo de trigales. Tu bellísimo relato del regreso a la casa de los abuelos y el encuentro con la vieja mecedora que recogía las siestas de tu padre con aquella gorra de paisano.
Tu airado relato del bar de copas y el adiós de la mujer que decías amar. Tu obstinado cuento sobre las aceras buscando putas baratas, a ser posible aderezado con el humo de tu cigarro y palabras como joder, follar, polla, coño, pene.
Tu inquietante descripción de las habitaciones vacías y lo que conlleva cualquier crujido, ruido extraño, con tus elucubraciones acerca del paso del tiempo y el recuerdo obstinado de un café, o un paseo al atardecer y aquel conflicto nunca resuelto que te mantiene insomne o a tu protagonista de tu objetivísima narración.
Tu sencillo cuento acerca de una mañana cualquiera tan cotidiana.
El Palacio de Hielo de Madrid convertido en una Morgue.